sábado, 19 de noviembre de 2016

EL AGUA Y EL DESARROLLO DE NUESTRA CIVILIZACIÓN. Por Patricio Lons

EL AGUA Y EL DESARROLLO DE NUESTRA CIVILIZACIÓN

Cuando se formulan planteos indigenistas en América o los separatistas en Europa, todos impulsados por fuerzas exógenas, solo se hacen desde una visión de un presente perpetuo, sin plazos de miras y sin dar un paso más en el pensamiento, sin mirar hacia adelante y hacia atrás, dejando de lado las causas y desconsiderando las consecuencias, sin analizar intenciones de terceros ni egoísmos personales o de grupo.
Por Patricio Lons





















Y para lanzar una opinión de este tipo, por el solo hecho de tener boca, no se tienen en cuenta aspectos anteriores a considerar, algunos tan básicos como entender que sin ingeniería hidráulica no existe posibilidad alguna de civilización. Sin estas obras, que les llegaron desde la otra península, Iberia sería un conjunto de tribus dispersas; a estas alturas, estarían posiblemente islamizadas y el mundo se hubiese mantenido sin conectar los continentes por muchísimo tiempo más.
Para decirlo más simple, sin agua no hay alimentos abundantes para una población en crecimiento, ni hábitos de limpieza, ni salud suficiente para un grupo humano. Y sin ellos, no hay cultura ni mucho menos, civilización. Sin agua no hay crecimiento poblacional. En síntesis, no hay pueblos, apenas tendríamos unas pocas tribus de carpetos y vetones, de numantinos y otros celtíberos  diseminadas aquí y allá junto a las fuentes de agua, las que podrían ser objetos de disputas y no de progreso humano.
¿Qué sería de España y de Europa sin el desarrollo y la construcción de obras que regulen las fuentes de agua? No existirían como tales, se habrían mantenido en estado salvaje y se hubiesen producido invasiones vikingas por un par de siglos más.
Roma con sus leyes y acueductos modernizó y civilizó a la península ibérica. Y como naciones adultas, España y Portugal no andan por la vida lamentándose de la "ocupación" romana. Como tampoco Nápoles y Dos Sicilias no se lamenta de la "ocupación" aragonesa, es más, todavía muchos napolitanos y sicilianos reivindican su pasado como “españoles mediterráneos” del Regno de Due Sicilie o de la “Sicilia aragonesa”, incluso hoy la familia real de los Borbón de Dos Sicilias, son respetados y considerados en el sur de Italia. Ni escuchamos a Alemania reclamar nada por haber sido civilizados por el Imperio Romano ni por haber tenido a un emperador como Carlos V de Habsburgo. Tanto valoró Alemania su pasado, que mantuvo el Derecho Romano hasta principios del siglo XX.  No vemos a los ocho pueblos franceses reclamar una división de París, por el contrario, están orgullosos de pertenecer a una potencia como Francia. Ni a los länders alemanes quejarse de la unidad de sus territorios llevada adelante por Prusia.
Los pueblos adultos aprenden del transcurrir de la historia sin llevarse pañuelos a los ojos ni quejarse mucho de su pasado; por lo general lo miran como glorias de su civilización. En los últimos siglos, Francia y Alemania tuvieron muchas guerras y enfrentamientos entre ellos y hoy los vemos como un bloque político y económico fortalecido por su mutua ayuda y comprensión. En la actualidad, el eje europeo es Berlín-París; las capitales de los otrora imperios en pugna, han fortalecido una alianza que ya lleva tres generaciones.
 ¿Cuándo entenderemos en América que si seguimos favoreciendo las políticas de separación indigenistas promovidas desde Londres y con el silencio cómplice de nuestros políticos, terminaremos desapareciendo de la historia con nuevas secesiones territoriales que solo favorecerán a los apetitos de los bancos y las mineras y petroleras de Londres?
Dejemos el llanto por la leche derramada.
España aumentó la población de nuestros pueblos, pues nos trajo el manejo del agua y el desarrollo agrario, nos aportó el 90 % de la dieta cárnica y cerealera y los aborígenes sumaron a la civilización humana alimentos como el maíz, tomate, vainilla, chocolate, ají, girasol. España llevó a los pueblos de América del Neolítico a la Edad Moderna, nos convirtió de tribus a estados. Y salvó a los indígenas de su extinción al terminar con la escasez de agua y con las prácticas de la antropofagia y de los sacrificios humanos.
Solo la unión de nuestras múltiples capacidades en un mismo espíritu civilizador, nos hará fuertes. No pensemos en separarnos, la disgregación no construye nada. Por el contrario, centremos nuestros esfuerzos y pensamientos en un Gran Eje Hispanoamericano desde Filipinas hasta Madrid.
Por eso, no hay que expresar palabras como fruto desagradable de una incontinencia verbal, sino que debemos expresar pensamientos propios del sano, pausado y meditado ejercicio de la inteligencia que Dios nos dió. Digamos palabras, ideas que partan desde el alma de nuestra civilización para la recreación de nuestra identidad, en la tierra…y en el agua.

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